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A mediados de septiembre unos 600 miembros de la Guardia Nacional de Puerto Rico salieron de la isla rumbo a una base militar importante en los Estados Unidos para recibir mas entrenamiento. Próximamente serán enviados al Medio Oriente para formar parte de la operación "Desert Spring", las maniobras militares que se están llevando a cabo en el Golfo Persa. Si se desatan confrontaciones bélicas con Irak es probable que esos hombres y mujeres se encuentren en medio de serias operaciones de combate. Hasta la fecha, más de mil miembros de la Guardia Nacional de Puerto Rico se han unido al servicio activo para luchar en contra del terrorismo internacional. Miles más se encuentran ya en destacamentos regulares cumpliendo con sus respectivas responsabilidades en el Ejército, la Naval, la Fuerza Aérea y la Marina, muchos de los cuales se ubicarán en las líneas de fuego en cualquier contienda para retirar a Saddam Hussein del poder. Con el actual desplazamiento de personal militar de los Estados Unidos desde la seguridad de sus hogares a remotos escenarios de conflicto, resulta apropiado recordarnos a nosotros mismos que, contrario a quienes visten el uniforme militar procedentes de Nebraska o California, los puertorriqueños uniformados no tienen voz en las políticas que llevan al desplazamiento de las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Tampoco pueden ayudar a elegir a su Comandante en Jefe, cuyas decisiones determinan su futuro inmediato. Los titulares del momento anuncian el debate que se ha desatado por todo el país sobre lo acertada que sería o no una guerra contra Irak y el nivel de esfuerzo a nivel nacional que se requeriría para derrotar a sus líderes y destruir las armas de destrucción masiva que se presume que poseen. Mientras Senadores de Connecticut, Texas y Florida discuten los riesgos del futuro conflicto, no se escucha voz alguna de Puerto Rico. A medida que los Representantes de los estados de Virginia, Nueva York y Kansas escuchan el testimonio del Secretario de Defensa y su alta comandancia militar, no surgen preguntas de miembros puertorriqueños en la Cámara de Representantes, porque no hay ninguno, excepto un Comisionado Residente que no tiene voto en el emiciclo. A medida que se reciben cartas de apoyo u oposición en el Congreso o las oficinas del Ejecutivo provenientes de Tucson, Chicago, Boston y Portland, pocas emanan de San Juan o Mayaguez, ya que no existe delegación alguna de Puerto Rico que las reciba. Puerto Rico es un territorio no-incorporado, con unos 4 millones de ciudadanos estadounidenses que no tienen voz en su gobierno. Debido a que el gobierno de los Estados Unidos no ha provisto a Puerto Rico con un proceso aprobado por el Congreso para lograr su auto-determinación a través de la independencia o la estadidad, los hombres y mujeres militares puertorriqueños sirven a su país, pero no pueden votar. Irónicamente esta falta de derechos civiles básicos nunca ha alterado la lealtad, la determinación y la valentía de los soldados, marinos, navegantes y pilotos puertorriqueños que siguen la bandera de la nación en situaciones de alto riesgo. Desde la Primera Guerra Mundial, más de 200,000 puertorriqueños han llevado con orgullo el uniforme del país y unos 2,000 han ofrecido el sacrificio máximo perdiendo sus vidas. Banderas de batallas de unidades militares de puertorriqueños llevan insignias de Corea, Vietnam, Kuwait y Somalia, y recientemente Bosnia, Kosovo y Afganistán. Cuatro de sus integrantes han recibido la más alta condecoración por valentía que se confiere en la nación: la Medalla de Honor. Miles más han recibido el Corazón Púrpura y las Estrellas de Plata y Bronce. Los puertorriqueños han luchado por las libertades de los Estados Unidos, pero nunca han podido elegir a sus líderes. El grito de lucha desde Washington, en defensa por sus acciones militares en el extranjeros, es llevar democracia representativa a los pueblos del mundo que carecen de derechos. Queremos llevar el voto a las mujeres afganas. Queremos que el pueblo de Irak tenga voz en su propio gobierno. Queremos paz en los Balcanes de modo que sus naciones puedan alcanzar auto-determinación. Consideramos que es correcto que los seres humanos posean esos derechos. ¿Deberíamos pensar lo mismo sobre Puerto Rico? ¿Es hora ya para que los voluntarios militares puertorriqueños y sus 4 millones de hermanos y hermanas en la isla se conviertan en plenos participantes en la vida democrática de los Estados Unidos?
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