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NEWSDAY
Puerto Rico busca su futuro
por Myrna Torres
31 de mayo de 1999
Marca Registrada © 1999 NEWSDAY INC. Todos los derechos reservados.
Myrna Torres es presidenta de la Organización
Nacional para la Estadidad de Puerto Rico.
¿Debería Puerto Rico convertirse en un estado, alcanzar
la total independencia o retener su actual status como estado
libre asociado de los EE.UU.? A los 4 millones de ciudadanos estadounidenses
de la isla se les dio la oportunidad de votar sobre esta cuestión
el 13 de diciembre último. Pero la votación se produjo
en un referéndum no obligatorio, que no había sido
sancionado ni supervisado por el Congreso.
El 6 de mayo, el Senado de las Estados Unidos mantuvo una audiencia
para revisar los resultados de ese referéndum. El gobernador
de Puerto Rico, Pedro Rosselló prestó su testimonio:
"Los más elementales valores cívicos de nuestra
nación demandan que ni este comité, ni el Senado
ni el Congreso en su totalidad eludan el deber constitucional
de dictar todas las leyes y reglamentaciones necesarias con respecto
al territorio". Consultado sobre que era lo que esperaba
del próximo Congreso, Rosselló respondió:
"Un conjunto de opciones que Puerto Rico pueda votar".
Algunos senadores parecían dispuestos a la acción,
pero expresaron su preocupación de que el momento para
una votación legislativamente dispuesta en Puerto Rico
pueda ser retrasada por la inminente campaña de las elecciones
estadounidenses.
Originalmente un trofeo de la Guerra Hispano-Americana, Puerto
Rico ha sido un territorio estadounidense durante los últimos
100 años. Los puertorriqueños pueden ser convocados
a prestar servicio militar, pero no tienen el derecho a votar
en las elecciones presidenciales y ni a tener representación
en el Congreso. Irónicamente, en cada guerra de este siglo,
soldados puertorriqueños se han contado entre los muertos
y heridos, luchando junto con sus hermanos del continente en defensa
de la democracia.
Bajo la cláusula territorial de la Constitución
de los EE.UU., el Congreso está constitucional y moralmente
obligado a revisar periódicamente el status de sus territorios.
Pero el Congreso ha ignorado ampliamente esa obligación.
En marzo del año pasado, la Cámara de Representantes
aprobó una ley autorizando un referéndum sancionado
legislativamente en la isla, que debía realizarse el 31
de diciembre de 1998. El Senado, sin embargo, se rehusó
a considerar el proyecto.
La isla realizó el referéndum por cuenta propia,
pero como ocurrió con consultas anteriores, ante la ausencia
de una supervisión legislativa, la política se adueñó
de la cuestión. Hubo grandes batallas sobre cómo
debía definirse cada opción de status en las papeletas
del comicio. El Partido del ELA, que es partidario del mantenimiento
del actual status, buscó una definición de ELA que
sonaba gloriosa, pero que incluía promesas y privilegios
que de hecho nunca habrían sido permitidos por nuestra
Constitución, ni a Puerto Rico ni a ningún otro
estado.
¿Porqué le hicieron pensar al pueblo de Puerto
Rico que estaba votando por una relación especial con los
Estados Unidos cuya existencia es imposible? Cuando al partido
pro ELA no se le autorizó el uso de su definición,
sus líderes alentaron a sus votantes a escoger la columna
"ninguna de las anteriores". Esos votos se sumaron a
muchos otros votos de protesta y, entre ellos, a los de los opositores
al actual gobierno.
Como resultado, el 50,2% de la población votó
por "ninguna de las anteriores". Este fue triste uso
del derecho al voto por parte de la mitad de la población
puertorriqueña que votó, esencialmente, por la nada.
Si el Congreso hubiera cumplido su deber de supervisar este
proceso, y asegurado que las definiciones de las papeletas fueran
constitucionalmente viables, esta oportunidad no habría
sido derrochada. En realidad, lo que frustró la consideración
de la legislación para la autodeterminación por
parte del Senado fue el miedo de que el proceso pudiera conducir
a la estadidad.
Los argumentos contra la estadidad son varios. Uno es económico:
Puerto Rico es demasiado pobre, dicen sus detractores, y sería
un drenaje para la economía estadounidense. Sin embargo,
un reciente estudio de dos economistas de Harvard sugiere que
tanto el Tesoro de los EE.UU. como la economía de Puerto
Rico se beneficiarían con la estadidad.
Otro argumento es cultural: "Esas personas no hablan nuestro
idioma", dicen algunos. Los partidarios del "Sólo
Inglés" dejarían afuera a Puerto Rico por no
cumplir el requisito del idioma inglés, una exigencia que
no se le ha impuesto a ningún otro estado o jurisdicción
estadounidense.
Este es un argumento viciado. Cuando los soldados puertorriqueños
fueron a la guerra por los Estados Unidos, cuando murieron por
los Estados Unidos, nadie les preguntó qué idioma
hablaban. Además, Puerto Rico ya está trabajando
al respecto: en las escuelas se enseña inglés desde
el segundo hasta el 12º grado, y es el idioma empleado en
la justicia y en las dependencias públicas, en los asuntos
del gobierno local y en el comercio.
Entre aquellos que votaron por una opción real de status
en la elección de diciembre, más del 90 por ciento
escogió la estadidad. Pero es un hecho que aunque el pueblo
de Puerto Rico elija la estadidad en un referéndum ordenado
por el Congreso, esto no convertiría automáticamente
a la isla en estado. En cambio, pondría en marcha un largo
proceso, que probablemente dure una década, en el cual
el pueblo americano tendría que involucrarse en un saludable
debate.
El Congreso nunca sancionó oficialmente un referéndum
sobre la isla, un medio por el cual podría medirse el verdadero
sentimiento a favor y en contra de la estadidad. Las aguas siempre
se vieron enturbiadas por absurdas, imposibles, definiciones de
status presentadas por partidos políticos que se exceden
en sus promesas. El agua se volvió a enlodar el 13 de diciembre.
Es un terrible error continuar impidiendo que Puerto Rico tome
la iniciativa, no permitir nunca que los ciudadanos americanos
de la isla hagan una elección clara. Ya se le ha vencido
el plazo al Congreso para cumplir su obligación constitucional
con Puerto Rico y darle la oportunidad de ejercitar su derecho
a la autodeterminación.
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