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THE WASHINGTON POST
Vigilando el Imperio
El legado de la Guerra Hispano-Americana continúa
sin resolver
por Stepehen S. Rosenfeld
16 de julio de 1999
Marca Registrada © 1999 THE WASHINGTON POST. Todos los derechos
reservados.
Los americanos no se piensan a sí mismos como un poder
imperial, pero así es como llegué a considerarlo,
como el remanente imperial que todavía está entre
nosotros. El visor de radar, lleno de luces y líneas marcaba
las formas de una pequeña isla de Puerto Rico llamada Vieques.
Estaba allí llamando a un aviador naval sobre un objetivo
en el campo de pruebas de Vieques. Fue en 1954, unos 45 años
antes de que el trágico error en el bombardeo del pasado
mes de abril matara a un empleado civil local y motivara la realización
del estudio más importante sobre Vieques, actualmente en
curso.
Fue en la Guerra Hispano-Americana, a fines del siglo pasado,
cuando los Estados Unidos obtuvieron Puerto Rico (y otras posesiones
españolas) como botín de guerra. Después
de la Primera Guerra Mundial, Washington, en un gesto al mismo
tiempo generoso y de provecho propio, otorgó la ciudadanía
estadounidense a los puertorriqueños. Ciudadanía
entre comillas: sin derecho a votar en el Congreso, ni en las
elecciones presidenciales. Insistimos en controlar precisamente
para mantener disponible para nuestra estrategia las ventajas
del imperio.
El guardia de Vieques que murió el pasado mes de abril
cuidaba que los isleños no ingresaran en los terrenos y
áreas marinas en las cuales las flotas americanas realizan
ejercicios de fuego vivo. Pero el entrenamiento que se realizaba
en Vieques a mediados de los años '50 tenía una
intensidad claramente menor. Nuestros pilotos debían suspender
las operaciones cada vez que veían pasar un granjero con
sus vacas o que un bote pesquero se dirigía hacia su objetivo.
En aquel ejercicio de 1954, mi unidad había sido destinada
a una misión auténticamente imperial, a pesar de
que no lo sabía. En ruta desde Morehead City, N.C., nuestro
buque interrumpió su curso para navegar en círculos,
aparentemente sin sentido, durante 10 días mientras nosotros
trepábamos las redes. Sólo décadas más
tarde, supe por informes recién revelados que durante el
golpe realizado en Guatemala en 1954 con apoyo estadounidense,
un batallón de Marines se había mantenido navegando
en círculos en el horizonte, por si acaso. "Ese so
yo", exclamé.
Mientras dormitaba en mi tarima las lánguidas siestas,
pagaba 12 centavos por una botella de Heineken en la cabaña
que los oficiales usaban como club, y devoraba una dulce langosta
en "Izzy Segoo" (Isabella Segunda), no me sentía
un soldado del imperialismo. Pero supongo que estaba representando
ese papel.
Esto explica porqué termine encorvado sobre una pantalla
verde que zumbaba y destellaba en la parte trasera de una camioneta
estacionada en las tierras altas de Vieques, preparándome
para la próxima guerra.
La muerte del guardia ocurrida en abril fue la primera fatalidad
en 50 años de despliegue militar. Como resultado, los puertorriqueños
se han apasionado con la idea de terminar con la presencia militar
estadounidense. El campo de pruebas parece representar para ellos
no sólo la contribución de Puerto Rico a la defensa
común, sino su frustración por no haber conseguido,
luego de un siglo, una relación política madura
y estable con los Estados Unidos.
El presidente Clinton ha ordenado al Secretario de Defensa
Bill Cohen "estudiar la necesidad de las operaciones en
Vieques y explorar sitios o métodos alternativos...".
Quiere una resolución que "garantice la preparación
de nuestros militares así como la seguridad y el bienestar
del pueblo de Vieques". Como podía esperarse, el Pentágono
participa en el estudio con vigorosos argumentos, y con mucho
mérito, para mantener las cosas básicamente como
están.
Pero el principal problema radica en el modo en que el Pentágono
emplea el campo de Vieques. No cabe duda de que podrían
hacerse mejoras menores. Pero el Pentágono aprendió
mucho sobre la forma de relacionarse con la comunidad local desde
los tiempos en que yo, como oficial destinado a las relaciones
con la comunidad, era enviado a entregar una pequeña compensación
a los residentes de Vieques cuyas gallinas habían sido
atropelladas por alguno de nuestros jeeps.
El problema no es militar sino político: apunta a la
persistente cuestión de si debe mantenerse el actual Estado
Libre Asociado (ELA) o si debería ser reemplazado por la
estadidad o la independencia. Vieques es un capítulo más
-el tema del día- en la lucha de los puertorriqueños
por su dignidad política, desde que los Estados Unidos
ocuparon su hogar.
Por supuesto que no se puede culpar a la Marina de los Estados
unidos por el fracaso en resolver el status político de
la isla. La responsabilidad recae en los representantes estadounidenses
elegidos por los 50 estados y en el mismo Puerto Rico.
Ellos deben encontrar una manera de balancear los beneficios
y las obligaciones de un particular vínculo con los Estados
Unidos. Hasta que esta gran tarea no se realice, este vínculo
será vulnerable a la inestabilidad y a un amplio rango
de trivialidades políticas. Allí reposa el legado
imperial.
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